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Violencia Psicológica - 8: Cuando las víctimas son niños, ancianos o discapacitados

Cuando las víctimas son niños, ancianos o discapacitados // Autor: Autor: Ana Martos, psicóloga, autora del libro ""¡No puedo más! Las mil caras del maltrato psicológico"


Detectar la violencia psicológica que sufren los niños y los ancianos es bastante más complicado porque suelen ocultarlo por temor a represalias o bien no tienen capacidad de expresión para explicar lo que les sucede.

Pero, en las personas dependientes, como los niños, los discapacitados y los ancianos, la violencia psicológica deja síntomas específicos. Si el maltrato consiste en negligencia, es decir, falta de atención a las necesidades de la víctima, los síntomas pueden ser desnutrición, deshidratación o falta de higiene; si el maltrato consiste en amenazas, burlas o humillaciones, los síntomas son llanto, insomnio, confusión, pasividad o agitación extrema, huida del contacto visual, temor y ansiedad.

Cuando los niños o los ancianos se quejan de los malos tratos que reciben en una institución, siempre hay que investigar. A veces, tanto los unos como los otros se quejan de que no les dan de comer, de que no les quieren o de que les humillan, únicamente para llamar la atención y culpabilizar a los familiares que les han recluido en esa institución.

Hay niños que se quejan de que los tratan mal en el colegio, para que los padres se arrepientan de llevarlos al colegio y los devuelvan al hogar. Hay ancianos que se quejan de que en la residencia no les dan de comer o les dan porquerías, para que su familia se sienta culpable y los lleven a casa, cuando realmente están mucho mejor atendidos que en sus domicilios.

No debemos perder de vista que muchas personas mayores sufren alteraciones de la percepción y pueden entender que les están tratando mal cuando no es así. No es difícil escuchar quejas de ancianos respecto a la comida, cuando no es más que una forma de llamar la atención. Otros se quejan de que no les hacen caso aunque estén bien atendidos, porque lo que pretenden es una atención continua y constante. No olvidemos que muchos ancianos regresan a comportamientos infantiles y eso, muchas veces, determina el que no se haga caso de sus quejas.



Por ello, siempre hay que investigar y, muchas veces, aunque la institución insista en que "son cosas de niños" o "son cosas de viejos", es necesario investigar porque puede ser que el niño o el anciano estén recibiendo malos tratos psicológicos sutiles y difíciles de detectar, y que los responsables del colegio o de la residencia no conozcan la situación.

Conviene saber que el maltratador siempre se defiende haciéndose a su vez la víctima, siempre pone al cielo por testigo de su inocencia y siempre niega lo que está haciendo. Por eso es imprescindible investigar cuando exista la menor sospecha de malos tratos.
Señales claras de maltrato a las que hay que prestar atención, son las siguientes:

 Cuando un anciano o un discapacitado verbaliza que está recibiendo malos tratos. Siempre hay que investigar.

 Cuando el cuidador del anciano o del discapacitado no permite que se quede a solas con otra persona. Es una forma de aislarle y de impedir que se queje, que pida ayuda o que denuncie su situación y eso puede suceder aunque el cuidador sea un familiar.

Cuando hay sospechas de maltrato, es preciso hacer lo siguiente:

 Mantener el contacto con la persona mayor o discapacitada y observar si se aprecian cambios en su comportamiento o en su estado físico.

 Denunciar los malos tratos, teniendo siempre en cuenta que existe la posibilidad de que el agresor tome represalias contra la vícticma. También hay que tener en cuenta que un anciano maltratado por alguien de su familia o intimidad no siempre es consciente ni está dispuesto a admitir que esa persona, con quien le unen lazos afectivos, le esté agrediendo psicológicamente.

Hemos mencionado antes el acoso escolar, en el que un cabecilla o incluso un profesor hostigan y maltratan a la víctima que suele se un niño distinto, bien por ser más débil, más listo, más gordo o por cualquier característica que le hace víctima de los otros. El problema es que los niños no lo comunican a su familia por vergüenza y por temor.

No resulta fácil averiguar la existencia de un caso de intimidación, porque la víctima normalmente lo oculta por vergüenza, pero sí hay una sintomatología clara. Cuando un niño o un adolescente rehúsa asistir al colegio o ir al polideportivo o al centro social en que se reúne habitualmente, sin existir motivo aparente alguno, conviene indagar. Si los padres insisten, en lugar de declararlo, finge enfermedades y busca subterfugios. Declararlo es cosa de cobardes, de "niñas" o de "mariquitas".

Pero, aunque las víctimas del acoso escolar suelen sufrir en silencio, hay casi siempre alguna manifestación del malestar en forma de rechazo a ir a la escuela, de cambio en los hábitos alimenticios, insomnio o pesadillas. Lo mejor es que los padres traten de mantener una relación de intimidad y confianza con sus hijos, porque los niños suelen contarlo en primer lugar a sus compañeros, luego a los padres y después a los profesores.

Si hay evidencia de que se esté produciendo un caso de acoso escolar, se aconseja separar, en primer lugar, a la víctima del agresor y, después, trabajar con todas las partes, con un trabajo en grupo y un tratamiento. Pero lo más importante es concienciar a los demás para que no se tolere esta conducta. Si se es padre del agresor hay que ponerse a favor de la víctima. Hay que animar a los espectadores para que no toleren que se repita la situación.

En todo caso, cuando se produce una situación de acoso escolar, hay que saber que existen instituciones encargadas de investigar y ayudar a encontrar una solución.

Está, en primer lugar, el psicólogo o gabinete de apoyo psicológico del colegio; después, el consejo escolar; hay un tutor responsable del estudiante y hay una dirección del colegio.
Cuando el verdugo somos nosotros mismos
Detectar la violencia psicológica que ejercemos nosotros mismos de forma inconsciente no es tarea fácil, precisamente porque la ejercemos sin tomar conciencia de ello.

Pero sí hay forma de saberlo, sobre todo después de leer las líneas anteriores, porque todo cuanto hemos dicho acerca de los signos que detectan el maltrato en la víctima, se puede aplicar a nuestras propias acciones y ver si existen personas de nuestro entorno a las que, sin darnos cuenta, estemos manipulando o agrediendo. No vamos a hablar de acoso porque es siempre consciente y dirigido a una meta también consciente.

La mejor forma de dilucidar si nos estamos comportando con alguien como maltratadores es utilizar toda nuestra capacidad de empatía y toda nuestra humildad, ponernos en el lugar de las personas que nos rodean, cuando exista la menor sospecha de un posible maltrato, y sentir lo que nosostros sentiríamos si nos hicieran lo que nosotros estamos haciendo.

Así podemos ponernos en el lugar de nuestros hijos, de nuestros mayores, de nuestros compañeros o de nuestros familiares y analizar nuestra conducta frente a ellos.
¿Cómo te sentaría que tus padres te dejaran los fines de semana al cuidado de alguien mientras ellos se divertían en una excursión o salían a cenar fuera? ¿Cómo te tomarías los consejos que no has solicitado sobre un asunto que sólo a ti atañe? ¿Qué te parecería si alguien te diera su visto bueno para que pienses como piensas? ¿Te gustaría que tu pareja te dijera cómo tienes que vestirte, que peinarte o que comportarte? ¿Y que te hiciera callar en público cuando tratas de dar tu opinión?

Hay una larga lista de preguntas que podemos plantearnos. A veces somos conscientes de la hostilidad que sentimos hacia una persona, pero no del maltrato que le estamos infligiendo. Sentir hostilidad, rabia, envidia o rencor contra otros es casi siempre irremediable, porque las emociones no se someten al raciocinio. Lo que sí se puede someter al control de la razón son nuestras acciones.



Ana Martos Rubio
Psicóloga

Sobre el autor: Ana Martos Rubio nació en Madrid hace más de medio siglo. Ha estudiado psicología, informática, música y varios idiomas. En 1992 pudo hacer realidad su sueño de abandonar el mundo de los negocios, el consumo y el estrés, para dedicarse a la literatura. Ha viajado por todo el mundo y ha realizado actividades tan dispares como el vuelo sin motor y la interpretación de música medieval. Ha publicado numerosos libros técnicos y científicos, así como ensayos y narrativa, entre los que destacan Los pecados de la Iglesia (Grupo Libro 88), Los errores del alma (McGraw-Hill) y ¡Atrévete, mujer! (Milenio).

Es autora de los best sellers: Los 7 Borgia, Pablo de Tarso ¿Apóstol o hereje? (Nowtilus) entre otros.

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